Plácido Piña nació en 1945 en La Vega, un pequeño pueblo capital de la provincia del mismo nombre, al norte de Santo Domingo, preciado por su aporte a la cultura y al deporte dominicano; dos de las pasiones que abrazará el futuro arquitecto al transcurrir del tiempo. Es posible afirmar que su obra se referirá, en ocasiones, a la arquitectura “vegana” que conoció desde niño, aunque él se reconozca más urbano por haber viajado a los once años de edad a Santo Domingo para estudiar la secundaria, lejos de la vigilancia que el régimen de Leonidas Trujillo sometiera a la familia Piña en su ciudad natal por haber sido su padre parte de un movimiento opositor al tirano. En la capital cultiva un amor por la ciudad como expresión de vida caminando por las calles de Gazcue, un barrio de principios de siglo XX, con casas solariegas, grandes jardines y un arbolado urbano excepcional, y por las calles de la Ciudad Colonial, con sus fachadas urbanas corridas y sus monumentos.
Entra a la carrera de arquitectura de la entonces Universidad de Santo Domingo no por vocación sino por solidaridad con sus amigos que entraban a la Escuela de Arquitectura y se graduó en 1970, luego de un año de trabajar con algunos de los principales arquitectos del país. Es galardonado con el Premio del Colegio Dominicano de Ingenieros, Arquitectos y Agrimensores (CODIA) otorgado al mejor estudiante de arquitectura de su generación.
En su formación profesional ha identificado dos grupos de profesores que le dejaron esa pasión por la arquitectura, la historia, las artes y la técnica: un primer grupo, el “Eje Italia”, compuesto por Rafael Calventi, Víctor Bisonó, Manuel Salvador Doi Gautier, de formación italiana, que le trasmiten la noción de la historia y el humanismo como instrumentos de diseño; el segundo, de formación norteamericana, especialmente Fred Goico, de la Universidad de Pennsylvania -la escuela de Louis Kahn-, con quien trabaja entre 1970 y 1971, Él le enseñó el oficio de la arquitectura y la relación del conocimiento técnico con el diseño del espacio arquitectónico, como un sistema integral que hace posible que el edificio funcione. Además, la formación “kahniana” de Goico le proporcionó otra sensibilidad diferente a la clásica europea, una estética trabajada desde el espacio y sus relaciones operativas y técnicas, y la poesía -el espacio y la luz de Kahn- que se desprende de esto.
Esas dos visiones la sintetiza en el periodo de trabajo en la oficina de Rafael Calventi (1972-1977), quien a pesar de ser el miembro más prominente del “Eje Italia”, había colaborado en las oficinas de Ieoh Ming Pei en los Estados Unidos y por lo tanto compendia las dos aproximaciones. Con Calventi participó en los más importantes concursos de diseño de la época, en un medio poco dado a los concursos, y ganando el de la sede principal del Banco Central de la República Dominicana, donde colaboró en el diseño del auditorio, uno de los edificios paradigmáticos de la arquitectura de la segunda generación arquitectos modernos dominicanos.
Hacia 1977 fundó su propia firma: P. Piña y Asociados. Ese mismo año ganó el concurso de diseño para el edificio sede del Banco Hipotecario Dominicano (BHD), junto con Harry Carbonell, el que finalmente no se construye porque el banco cambió el sitio original por uno más urbano. No obstante, Piña rediseña el proyecto, el cual responde certeramente al emplazamiento y en el que logra manejar, hacia el interior, la fría escala corporativa con unas vigas que cruzan el gran espacio del lobby, reduciéndolo a dimensiones más humanas.
Una de las cualidades de Plácido Piña es ser capaz de integrar un pensamiento lúcido y contemporáneo a sus propuestas de diseño. Siempre informado de las vanguardias, su arquitectura ha sido influenciada por estas, sobre todo en el pabellón deportivo del Santo Domingo Country Club (1980), con Harry Carbonell, que enfrenta por primera vez la arquitectura dominicana con la postmodernidad. A pesar de que ha declarado no ser postmodernista “es mejor hablar de actitudes que de estilo”(1) , es quizás el mejor representante de lo postmoderno en su país. Sin embargo, su búsqueda expresada en una serie de obras de excelente factura y apoyada en un pensamiento conceptual muy sólido, ha transitado no sólo por la posmodernidad, sino también por el neoracionalismo en el Edificio BHD y el regionalismo crítico casa de campo La Cuaba,(2) diseñada con Andrés Yuyo Sánchez y César Curiel, dos miembros de su estudio. Justamente, otra cualidad de este arquitecto es que ha hecho escuela desde el taller de diseño y, en muchas ocasiones, su estudio se ha convertido en un espacio de formación de jóvenes profesionales, en momentos en que las academias de arquitectura dominicanas estaban en retirada conceptual.
Su trabajo ha buscado un ideal caribeño, que se expresa desde una visión de puertas abiertas al conocimiento; es la búsqueda de una arquitectura propia, aunque gusta decir que “la arquitectura dominicana es la que se hace en la República Dominicana”. El conocimiento de la realidad del Caribe Español,(3) le ha permitido convertirse en el eje de un grupo de arquitectos del Caribe (Fernando Salinas y José Antonio Choy de Cuba, Luis Flores de Puerto Rico, Gustavo Torres en Martinica, entre otros) que han consolidado una arquitectura regional caribeña que supera cualquier posible dependencia a las tendencias primer mundistas.
Las últimas obras de Piña recorren otros caminos y se entroncan con una visión más racional de una arquitectura corporativa que siempre trata de humanizar y un trópico caribeño que pretende interpretar desde la contemporaneidad. Haciendo uso de su erudición, las referencias van desde una versión caribeña de la arquitectura moderna en la Tienda Domus, un prisma puro horadado, hasta el racionalismo de Giuseppe Terragni en la Casa del Fascio en Como, Italia, presente en el Centro Tecnológico del Banco de Reservas. Sus trabajos de acompañamiento a las exploraciones caribeñas de las casas de campo, desarrollados con Sánchez y Curiel, son una muestra de exquisitez arquitectónica que reconocen nuestra cultura, nuestro clima y sus espacios, al mismo tiempo que incorporan unas secuencias espaciales totalmente contemporáneas a la concepción de la arquitectura antillana. Su aproximación a lo urbano se lee en sus emplazamientos, que reconocen el sitio y aportan un valor agregado a la ciudad, como la plaza-jardín de la Tienda Domus, la reafirmación de la esquina en el BHD o la fachada urbana que compone en el Centro Tecnológico Banreservas.
Angelina M. Guerrero
Dileysi Lorenzo
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